divendres, 9 de maig del 2014

EL PRÍNCIPE ¿ISLAMOFOBIA O INCONSCIENCIA? En los últimos capítulos se convierten en terroristas fanáticos todos los magrebíes que parecían occidentalizados.





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Esta semana terminó con un nuevo record de audiencia la serie El Príncipe, de Telecinco, ubicada en el barrio marginal de dicho nombre, en Ceuta, con una triple trama de un amor, tal vez imposible, entre Fátima Ben Barek (Hiba Abouk) y el agente Javier Morell (Alex González), células terroristas islamistas y policías quemados o corruptos que se lucran o hacen la vista gorda con el narcotráfico. Y debo reconocer mi decepción y también preocupación por los giros que dio en los últimos tres episodios, convirtiendo a todos los protagonistas masculinos musulmanes o de cultura musulmana que parecían occidentalizados, laicos, o incluso agnósticos, en terroristas suicidas o reclutadores de terroristas. Personajes que pareciendo hasta el minuto antes europeizados y pacíficos, al grito de "Alahú Aakbar", se transmutaban en asesinos múltiples llenos de odio. 

Mientras a lo largo de la serie, la trama ha motivado que se empatice y comprenda a los policías corruptos o que, a causa del entorno, hacen la vista gorda ante el narcotráfico para evitar males mayores,  aquellos personajes que en su primera escena ya aparecían como islamistas radicales resultaban ser simples y estereotipados. Pero en los últimos tres capítulos, sin dar pie a que la audiencia pueda empatizar o comprender a dichos personajes y sus motivos, todos los protagonistas musulmanes o de origen magrebí que creíamos agnósticos, laicos o musulmanes practicantes occidentalizados, mostraban su verdadera identidad como fanáticos terroristas. Primero fue Omar (Samad Madkouri), el profesor del centro cívico, que incluso se manifestaba a favor que se pudiera prohibir el velo en ciertas actividades, y resulta ser el reclutador de jóvenes suicidas que morirá matando. Después fue Hakim (Ayoub El Hilali), el policía ceutí magrebí que bebe cerveza, aparentaba ser agnóstico, y resulta ser el infiltrado yijadista en la comisaría. Por último Khaled (Stany Coppet), el novio francés de origen marroquí, arquitecto culto y europeizado,  prometido de Fátima, resulta ser el jefe de la célula.  

Pese a que sea cierto que algunos terroristas yijadistas se camuflan con modos de vida occidental, ¿porqué da la serie este perfil terrorista a los que parecían ser “musulmanes buenos occidentalizados”? Tal como están las cosas el único musulmán, con defectos, pero humano y con valores, con el que se empatiza y que la serie ha salvado, es precisamente Faruk, el hermano de Fátima narcotráficante, de quien vemos su lado humano. 


No cuestiono la trama que ciertamente atrapa, ni la brillante interpretación de actores como José Coronado, Hiba Abouk, Alex González o Rubén Cortada. Pero siendo el terrorismo islamista una realidad en España, y mostrando esta serie por primera vez la realidad y complejidad de Ceuta o Melilla, ¿por qué criminaliza a la mayoría de personajes musulmanes o de origen magrebí? 

Como ya expliqué al inicio de la serie en otro artículo, tuve el placer de conocer el barrio del Príncipe hace diez años de la mano de Abderramán Ahmed, alias Hamido, el ceutí español capturado por las tropas estadounidenses en Afgansitán, pocos días después de ser liberado por Baltasar Garzón, tras pasar unos años en Guantámo. Hamido me mostró la pobreza y miseria de ese barrio olvidado, azotado por el paro y la marginalidad, que padecía la peste de un consumo heroína, que se había llevado por delante a muchos de sus compañeros de infancia. Y charlando con él por esas calles sin ley, repletas de dolor, heroinómanos y traficantes, pese a discrepar yo radicalmente de sus ideas, podía entender porque había abrazado un islam yijadista. Por ello entristece que la serie que pretendía mostrar la realidad de dicho barrio, antes poco conocido, simplifique las cosas  en un programa record indiscutible de audiencia, como si su objetivo fuera dar la razón al xenófobo e islamófobo Josep Anglada, cuando dice que “un moro siempre será un moro”.

Fue Hiba Abouk, en una entrevista televisiva hace un mes, que explicó que la escritora que más la influenció en sus primeros años de lectora fue la argelina Malika Mokeddem. Mokeddem en sus obras denuncia el conservadurismo de la sociedad argelina, las dificultades para que una mujer nacida en una familia y sociedad musulmana tradicional pueda desarrollarse y decidir libremente si se desea o no practicar los preceptos del islam; pero también, la sospecha y perjuicios que padece quien es de origen magrebí y vive en Europa.  

Puede que los guionistas del Príncipe estén a tiempo de rectificar de cara a la segunda temporada, y muestren esa realidad que las principales víctimas del radicalismo islámico son los propios musulmanes que viven en libertad y tolerancia su fe, y a aquellos que habiendo nacido musulmanes han dejado de creer, potenciando personajes como lo que eran Khaled, Hakim o Omar antes de sobrevenir súbitamente terroristas. Y si la serie ha sido capaz de mostrar el lado humano y que empaticemos y perdonemos a los policías corruptos que delinquen, también puede hacer lo mismo con quienes abrazan el salafismo o el yijadismo. Yo paseando entre jóvenes que habían arruinado su vida enganchados a la heroína, llegué a comprender a Hamido. 

Leer artículo anterior en El Periódico "Ceuta y los muertos en agua salada" 
 

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