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Esta semana terminó con un nuevo record de
audiencia la serie El Príncipe, de Telecinco, ubicada en el barrio marginal de
dicho nombre, en Ceuta, con una triple trama de un amor, tal vez imposible,
entre Fátima Ben Barek (Hiba Abouk) y el agente Javier Morell (Alex González),
células terroristas islamistas y policías quemados o corruptos que se lucran o
hacen la vista gorda con el narcotráfico. Y debo reconocer mi decepción y
también preocupación por los giros que dio en los últimos tres episodios,
convirtiendo a todos los protagonistas masculinos musulmanes o de cultura musulmana
que parecían occidentalizados, laicos, o incluso agnósticos, en terroristas
suicidas o reclutadores de terroristas. Personajes que pareciendo hasta el
minuto antes europeizados y pacíficos, al grito de "Alahú Aakbar", se
transmutaban en asesinos múltiples llenos de odio.
Mientras a lo largo de la serie, la trama ha
motivado que se empatice y comprenda a los policías corruptos o que, a causa
del entorno, hacen la vista gorda ante el narcotráfico para evitar males
mayores, aquellos personajes que en su
primera escena ya aparecían como islamistas radicales resultaban ser simples y
estereotipados. Pero en los últimos tres capítulos, sin dar pie a que la audiencia
pueda empatizar o comprender a dichos personajes y sus motivos, todos los
protagonistas musulmanes o de origen magrebí que creíamos agnósticos, laicos o
musulmanes practicantes occidentalizados, mostraban su verdadera identidad como
fanáticos terroristas. Primero fue Omar (Samad Madkouri), el profesor del
centro cívico, que incluso se manifestaba a favor que se pudiera prohibir el
velo en ciertas actividades, y resulta ser el reclutador de jóvenes suicidas que
morirá matando. Después fue Hakim (Ayoub El Hilali), el policía ceutí magrebí
que bebe cerveza, aparentaba ser agnóstico, y resulta ser el infiltrado yijadista
en la comisaría. Por último Khaled (Stany Coppet), el novio francés de origen
marroquí, arquitecto culto y europeizado, prometido de Fátima, resulta ser el jefe de la
célula.
Pese a que sea cierto que algunos terroristas yijadistas
se camuflan con modos de vida occidental, ¿porqué da la serie este perfil terrorista
a los que parecían ser “musulmanes buenos occidentalizados”? Tal como están las
cosas el único musulmán, con defectos, pero humano y con valores, con el que se
empatiza y que la serie ha salvado, es precisamente Faruk, el hermano de Fátima
narcotráficante, de quien vemos su lado humano.
No cuestiono la trama que ciertamente atrapa, ni
la brillante interpretación de actores como José Coronado, Hiba Abouk, Alex
González o Rubén Cortada. Pero siendo el terrorismo islamista una realidad en
España, y mostrando esta serie por primera vez la realidad y complejidad de
Ceuta o Melilla, ¿por qué criminaliza a la mayoría de personajes musulmanes o
de origen magrebí?
Como ya expliqué al inicio de la serie en otro artículo, tuve el placer de conocer el barrio del Príncipe hace diez años de la
mano de Abderramán Ahmed, alias Hamido, el ceutí español capturado por las tropas
estadounidenses en Afgansitán, pocos días después de ser liberado por Baltasar Garzón,
tras pasar unos años en Guantámo. Hamido me mostró la pobreza y miseria de ese
barrio olvidado, azotado por el paro y la marginalidad, que padecía la peste de
un consumo heroína, que se había llevado por delante a muchos de sus compañeros
de infancia. Y charlando con él por esas calles sin ley, repletas de dolor, heroinómanos
y traficantes, pese a discrepar yo radicalmente de sus ideas, podía entender
porque había abrazado un islam yijadista. Por ello entristece que la serie que pretendía
mostrar la realidad de dicho barrio, antes poco conocido, simplifique las cosas
en un programa record indiscutible de
audiencia, como si su objetivo fuera dar la razón al xenófobo e islamófobo Josep
Anglada, cuando dice que “un moro siempre será un moro”.
Fue Hiba Abouk, en una entrevista televisiva hace
un mes, que explicó que la escritora que más la influenció en sus primeros años
de lectora fue la argelina Malika Mokeddem. Mokeddem en sus obras denuncia el conservadurismo de la sociedad argelina, las dificultades para que una
mujer nacida en una familia y sociedad musulmana tradicional pueda
desarrollarse y decidir libremente si se desea o no practicar los preceptos del
islam; pero también, la sospecha y perjuicios que padece quien es de origen
magrebí y vive en Europa.
Puede que los guionistas del Príncipe estén a
tiempo de rectificar de cara a la segunda temporada, y muestren esa realidad
que las principales víctimas del radicalismo islámico son los propios
musulmanes que viven en libertad y tolerancia su fe, y a aquellos que habiendo
nacido musulmanes han dejado de creer, potenciando personajes como lo que eran
Khaled, Hakim o Omar antes de sobrevenir súbitamente terroristas. Y si la serie
ha sido capaz de mostrar el lado humano y que empaticemos y perdonemos a los
policías corruptos que delinquen, también puede hacer lo mismo con quienes abrazan
el salafismo o el yijadismo. Yo paseando entre jóvenes que habían arruinado su
vida enganchados a la heroína, llegué a comprender a Hamido.
Leer artículo anterior en El Periódico "Ceuta y los muertos en agua salada"
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