Mal le ha ido a Vox en estas elecciones, no solo por la bajada de 52 a 33 escaños, sino por no haber cumplido el objetivo de formar parte del Gobierno con Abascal como vicepresidente, sumando España a la marea ultra liderada por Giorgia Meloni. Vox ha bajado en todas la comunidades, excepto Catalunya, destacando el batacazo en Castilla y León donde forma parte del Gobierno autonómico donde ha perdido cinco de los seis diputados. Y sea cual sea el desenlace, la repetición electoral o la formación de gobierno, mal pintan las cosas para Vox. Si la legislatura echa a andar no podrá utilizar los dos arietes que le dieron relevancia estos años. Ni tiene los 50 escaños necesarios para recurrir leyes al Constitucional, ni podrá presentar mociones de censura al quedarse por debajo de los 35 exigidos. Y en el caso que se repitan las elecciones, la apelación al voto útil hacia el PP puede ser más letal. Peor le irá si la candidata del PP es Díaz Ayuso, la cual asume parte de la música de Vox, y en las últimas autonómicas madrileñas consiguió mayoría absoluta.
Dos son las familias de la ultraderecha europea. Una la del grupo de Conservadores y Reformistas en el que está Vox, liderada por Meloni y los ultracatólicos polacos de Ley y Justicia. Grupo contrario al aborto, la eutanasia y el matrimonio homosexual. Los polacos, como el Fidesz húngaro de Viktor Orbán, están realizando cambios legales que recortan la libertad de expresión y la independencia judicial. La otra familia ultra es Identidad y Democracia liderada por la Agrupación Nacional de Marine Le Pen y Alternativa por Alemania, partidos que no rechazan ni el aborto ni el matrimonio homosexual. La copresidenta de Alternativa por Alemania, Alice Weidel, es lesbiana. Pero para unos y otros, los principales enemigos son la inmigración y la pérdida de soberanía cedida a Bruselas. En cambio para Vox, compartiendo con sus colegas de polacos el no a aborto y al matrimonio homosexual, el principal enemigo no está en Bruselas ni es la inmigración, sino que está dentro y es de casa. Es el Estado autonómico, las lenguas cooficiales, los partidos vascos y catalanes, las organizaciones afines, así como oenegés de diversa índole. Derogar, ilegalizar y encarcelar son sus mantras. Pero Vox también se diferencia de la mayoría de sus colegas europeos por la manera de gestionar el partido.
Nació prometiendo regeneración para diferenciarse de la casta política, pero no tiene estructura regional, ha suprimido las primarias para elegir las ejecutivas provinciales y nombrar los candidatos locales o provinciales a las elecciones que ahora son designados desde Madrid. Y ha suprimido la posibilidad real de que se presenten candidaturas alternativas para presidir el partido dada la imposibilidad logística de conseguir los avales necesarios. Así hace cuatro años Abascal fue el único candidato para presidirlo y, a diferencia de Feijóo, que siendo candidato único fue elegido hace 15 meses en el congreso del PP con el 98,5% de los votos, los estatutos de Vox dicen que si solo un candidato consigue los avales, este será proclamado sin someterse al voto de los militantes. Nadie votó a Abascal. Y Vox, que critica los chiringuitos, tiene la fundación Disenso cuyos estatutos establecen que su presidente vitalicio es Abascal.
Estos cambios de estatutos que hacen dudar que Vox funcione como un partido democrático, han venido acompañados del ascenso de Jorge Buxadé como vicepresidente y la marginación de Ortega Smith, que siendo también vicepresidente la noche electoral no estuvo en la comparecencia en la sede del partido. También ha perdido poder Iván Espinosa de los Monteros del sector ultraliberal. Buxadé es el único que ha puesto negro sobre blanco el ideario de Vox en su libro 'Soberanía', publicado hace dos años. En él muestra una repulsión al sistema de partidos y al estado aconfesional que a su juicio desarraigan a los españoles. Ascenso de Buxadé que ha venido acompañado del de Ignacio Garriga, como secretario general, que suele repetir en sus mítines que hay que devolver a los españoles la libertad arrebatada los últimos cuarenta y tantos años. O sea que como Buxadé añora elementos que considera buenos del régimen anterior en el que no había ni partidos ni autonomías.
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